GEOGRAFÍA - PAÍSES: Italia - 5ª parte

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Geografía

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Italia - 5ª parte


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Historia

omo casi toda Europa, Italia posee también un antiguo poblamiento que dejó importantes legados ya desde épocas prehistóricas. Diferentes culturas y grupos humanos preindoeuropeos poblaron la península itálica durante el Paleolítico. Sucesivas invasiones (o entradas de población), acompañadas de adelantos culturales, fueron penetrando con los siglos en la península. La revolución neolítica, con la domesticación del ganado y la primera agricultura, fue la más importante. Hoy la mayoría de las lenguas del continente europeo (salvo contadas excepciones) poseen este origen indoeuropeo.

Fue entre los ss. VIII y VII a C cuando los griegos establecieron varias colonias y asentamientos en el S de la península itálica y en Sicilia, en un área que denominaron Magna Grecia. En el centro de la península la presencia de la cultura etrusca, ubicada en su origen--900 a C-- entre el Arno y el Tíber, empezó a expandirse hacia el 700 a C, llegando, en su momento álgido (ss. VI y V a C), a sumáxima extensión territorial, que ocupaba desde la llanura padana hasta la actual Nápoles, la práctica totalidad de Italia. Al N los etruscos toparon con ligures y vénetos y al S lucharon contra los griegos, pero fue en el interior de sus propios dominios donde surgió la potencia que finalmente les derrotaría: Roma.

La historia de Roma empieza muy camuflada entre mitos y leyendas. Su arranque como sociedad organizada se fecha entre los ss. VII y VI a C en la zona comprendida entre el valle del Tíber y los montes Albanos. Según la tradición, Roma se regía originariamente de forma monárquica, al menos durante todo el siglo VI, como un pequeño pueblo o tribu con su propio soberano. Los romanos siempre ofrecieron resistencia a la dominación militar etrusca, pero no fue hasta el s. IV a C cuando, aprovechando la guerra que los etruscos libraban en el N contra los vénetos, los romanos se sublevaron y afianzaron su independencia. La nueva Roma independiente pasó a regirse por una República que se lanzó a conquistar territorios, tomando primeramente el lugar de los etruscos en la península a mediados del s. III a C. El poder y organización de las legiones romanas, su concepto de invasión, su modo de conquistar las tierras sin destruir los poderes locales, las vías de comunicación que abrían, etc., dieron a Roma uno de los mayores poderes dominadores de la antigüedad. De esta manera, Roma pasó a controlar en pocos siglos muy amplios territorios.

Durante el s. II a C el gobierno republicano se había convertido, debido a su enorme poder, en un grupo exclusivo y oligárquico. Sucesivamente algunas regiones conquistadas, pero romanas desde hacía generaciones, empezaron a reivindicar la ciudadanía romana. De este modo, en el año 49 a C la Lex Pompeia Strabonis de Julio César concedió finalmente la latinidad o la ciudadanía romana a lo que hoy es aproximadamente toda Italia. Por aquel entonces, Roma ya dominaba el Mediterráneo después de la derrota de los cartagineses en las guerras púnicas (264-241 a C), además de la Galia e Hispania, conquistadas por un prestigioso Julio César, quien, con su enorme poder y el vasto territorio que conquistó, sentó ya las bases para convertir a la República en Imperio.

En el año 27 a C Octavio Augusto pudo ya erigirse como el primer emperador del Imperio romano, un imperio que llegaría a su máxima extensión hacia el año 180. La enormidad de este imperio desplazó también a los centros comerciales medianos de la península e Italia, y sus principales puertos dejaron de ser el centro de los negocios del imperio en pro de las lejanas Atenas, Alejandría, Tarraco o Bizancio, con las que Roma se relacionaba directamente. Las crisis del imperio, después de casi dos siglos de Pax Romana, empezaron a ser notorias y, a partir del s. III, todo el sistema cayó en un proceso terminal irreversible.

El Imperio, con capital en Milán desde el año 286, fue legalmente cristianizado por el emperador Constantino (edicto de Milán, año 313), quien dividió Italia en dos diócesis: Italia Anonaria (con capital en Milán) e Italia Suburbicaria (con capital en Roma), trasladando finalmente la capital del propio Imperio por primera vez fuera de Italia, a Constantinopla, en el año 330. Todo ello ocurría teniendo como contexto una época en que Europa occidental, empobrecida y ruralizada respecto de Oriente, estaba además muy amenazada por las incursiones bárbaras. Finalmente, la división del imperio entre Occidente y Oriente (395) y la disgregación de las provincias occidentales --muchas de ellas con jefes y caudillos locales--, fueron un espacio de fácil penetración para unos pueblos germánicos que muchas veces eran reclamados como ayuda en conflictos internos de un Imperio occidental ya prácticamente inexistente. Con la deposición de Rómulo Augústulo como último emperador en el año 476, puede decirse que empieza la alta Edad Media en Europa occidental.

Fue aproximadamente entre los años 400 y 800 cuando se sufrieron varias e importantes invasiones. Ya en el 406, el Imperio de Occidente se reducía solamente a Italia, y los visigodos de Alarico tomaban Roma en el 410 (aunque la abandonarían años más tarde); en el 452 los hunos, encabezados por el mítico Atila, invadieron también la península y sólo la dejaron a cambio de tributos y riquezas. En el 455 Roma fue saqueada de nuevo, esta vez por los vándalos, hasta que en el 475 tomó el poder Rómulo Augústulo, hijo de un noble huno situado en el cargo según los intereses de bárbaros e invasores. Los ostrogodos, que amenazaban seriamente al Imperio de Oriente, cedieron en sus intenciones a cambio de Italia, por lo que Teodorico, rey de los ostrogodos, pasó a ser, con el apoyo de Zenón (emperador de Oriente), rey de Italia. Con ello, en el 493 Teodorico era ya el señor absoluto de un vasto reino que ocupaba toda Italia.

La pretensión de Teodorico era la de fusionar la cultura y la sociedad romanas con la ostrogoda, instalada masivamente en el país (sobretodo al N). El nuevo emperador de Oriente, Justiniano, quiso reconquistar Italia; y lo consiguió (año 553) después de una larga y ardua guerra que arruinó, ruralizó y feudalizó a la península. Pocos años después, el N fue nuevamente invadido por los lombardos, y las posesiones del Imperio de Oriente fueron reduciéndose sucesivamente hacia el S y a enclaves costeros puntuales. En todos estos años Italia se feudalizó rápidamente con gentes que, huyendo de guerras y conflictos, se refugiaban en protegidos feudos rurales lejanos a las ciudades y campos de batalla. De esta manera, el país fue tomado por las nacientes órdenes religiosas y otros feudos que dominaban pequeños entornos comarcales, conservando su propia paz al margen de los grandes cambios que se sucedían en un poder «central», ya sin protagonismo alguno. La falta de este poder estatal sobre los territorios fue clave para la feudalización y para que la Iglesia (y los papas) pudiera sustituir, magistralmente y en su favor, a la perdida influencia imperial, pasando a ostentar el control moral y tributario de amplios territorios y sociedades. Los lombardos del N se propusieron en el s. VIII conquistar toda Italia, lo que condujo a un enfrentamiento con la Iglesia que se solventó dejando algunos territorios bajo dominio papal directo.

Los francos del rey Pipino, implicados también en el conflicto, dejaron, una vez terminada la guerra, más tierras para el «Patrimonio de San Pedro», naciendo así (756) los Estados Pontificios como dominio exclusivo de los papas de Roma. Pero la continua hostigación belicosa de los lombardos obligó al Papa a llamar en su ayuda a Carlomagno, rey de Francia e hijo de Pipino, que derrotó y conquistó finalmente a los lombardos (774), declarándose como su nuevo rey. Una cierta paz llegaba a la península: el N, llamado Reino de Italia, era carolingio y estaba dominado desde Francia; y el centro era el patrimonio papal protegido también por Carlomagno, nombrado ya emperador de Occidente en el año 800. En esta época eran también prósperos los enclaves bizantinos de Venecia, Apulia y Calabria. Se daba, pues, un renacimiento comercial y urbano llamado renacimiento carolingio. Pero en el s. IX llegaron con fuerza nuevas invasiones, saqueos e incursiones, esta vez de musulmanes y normandos.

El Islam conquistó Sicilia (827), Bari (840) y Roma (846), al tiempo que el Imperio cristiano era dividido a la muerte de Carlomagno (814) entre sus descendientes. Con ello, Italia (exceptuando el S) quedó bajo los dominios del rey Lotario I y, posteriormente, de su hijo Luis II, debido a lo cual se perdió el poder central en beneficio de una Italia muy dividida y fraccionada en poderosos feudos, casi independientes, que fue fácilmente ocupada por el rey germánico Otón I, quien se hizo coronar emperador en 962, anexionando Italia a su reino germánico y acentuando los poderes feudales de nobles y clérigos. Otón II, su sucesor, intentó reconquistar el S en un constante enfrentamiento con los sarracenos.

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